21 de febrero del 2017
Cenando con mis alumnos
Todavía recuerdo como si hubiera sido esta misma tarde, el día que tuve la primera tutoría con una familia. Aunque había preparado lo que quería decir y conocía a aquellas personas, estaba muy nervioso. Me rondaban preguntas como: ¿es útil la información que daré? ¿Estarán de acuerdo en cómo veo las cosas? ¿Realmente les puedo ayudar en algo? E ideas del estilo: Pero si saben educar mejor que yo, si han educado a otros hijos con éxito antes de este, si podrían ser mis padres…
Y la impresión fue todavía más fuerte cuando, después de intercambiar algunas frases iniciales, sacaron una libreta y comenzaron a asentir y apuntar, con toda seriedad, las cosas que les decía sobre su hijo.
Pasados unos años y después de haber tenido más de mil entrevistas con familias, me hace gracia pensar en la cara que debía tener aquel día, pero he de reconocer que el respeto inicial no ha pasado del todo. Soy consciente de trabajar diariamente con aquello que las personas valoran más: sus hijos. La responsabilidad siempre da un poco de respeto, como el hecho de que un matrimonio, cuando confía en el colegio y el profesor, abre las puertas de su casa y comparte una parte de la intimidad familiar en cada entrevista. Esta realidad obliga siempre a cuidar la manera de decir las cosas y, aunque sean aspectos a mejorar, hemos de hacerles sentir con nuestro trato amable que todos jugamos en el mismo equipo.
Hoy puedo decir que comprendo con profundidad aquello que cuando comencé a trabajar en Viaró me parecía solamente una frase redonda estampada en su lema: “Los padres por delante de los profesores y los profesores por delante de los alumnos”; y es que no es fácil darse cuenta de que la tarea de formación más extensa no siempre es la más importante.
Para educar a un niño hay que tener un plan, paciencia y bastante tiempo, y es a lo que dedico la mayor parte de las horas y días de trabajo. Para ayudar a unos padres en la educación de los hijos a menudo es suficiente una reflexión, un comentario a tiempo o un consejo oportuno para hacerles descubrir todo un nuevo panorama, una manera de obrar, la importancia de un detalle… y estas aportaciones que haces a una familia se trasladan de forma inmediata y permanente a sus hijos. De una forma similar podríamos hablar de los profesores: cada pequeña mejora personal lo es también para sus alumnos. De aquí que el esfuerzo por mejorar de los profesores y las familias sea una de las claves del éxito educativo.
Hay que considerar que, para bien o para mal, la influencia de un profesor es siempre limitada en el espacio y en el tiempo. Cualquiera que quiera una educación auténtica y permanente, procurará llevarla a cabo en colaboración con las familias, consciente de que son el único elemento permanente de la educación, ya que los profesores, tarde o temprano, pasamos. Es más, la cooperación de las familias se convierte en absolutamente necesaria cuando consideramos que son los padres, y nadie más, quienes tienen el derecho y la obligación de educar a sus hijos de la manera que crean más conveniente. A mi parecer la tarea del profesor no es otra que un acompañamiento, un servicio de consultoría profesional con algunas funciones ejecutivas delegadas por los padres.
El día en que me enfrenté a aquella primera entrevista con una familia no lo hice solo. Tenía a mano un buen plan concreto que marcaba los objetivos que tenía que transmitir, la experiencia de muchos años escrita en una praxis y el consejo de las personas que me rodeaban. Un mentor con experiencia me ayudaba a preparar las primeras conversaciones y hablábamos después. Hoy me dedico personalmente a realizar este servicio a otros compañeros profesores que empiezan. Les transmito la praxis y experiencia de tantos profesores y familias que he tratado en estos años. Y es que, así como entender bien que las familias eran para Viaró el cliente principal me llevó tiempo, pude experimentar desde el primer día que la formación de los profesores iba por delante de la de los alumnos.
Una educación centrada en las familias no es siempre un camino fácil. Las entrevistas con los padres, como cualquier actuación docente, se han de preparar para que se adapten a la realidad concreta de cada persona. Además, acostumbramos a tenerlas al final de la jornada, cuando ya estamos cansados, y a veces tenemos que exprimir las horas entre clases para atender a un matrimonio que no puede venir en otro momento. A veces nos toca decir cosas difíciles, incidir en aspectos a mejorar o recibir alguna queja sobre nuestro trabajo o el de un compañero. Otras veces, podemos tener la sensación de que no “conectamos” con una familia, que no nos entendemos o no estamos de acuerdo.
También nos podría pesar, si no las comprendemos correctamente, la sensación de que en las tutorías vamos a rendir cuentas de nuestro trabajo. Todo ello forma parte de nuestra tarea, pero no es lo más habitual y, una vez más, la experiencia nos enseña que, si mantenemos un trato cordial y sabemos transmitir que apreciamos a su hijo y procuramos activamente su bien, casi todas las dificultades se pueden superar. Incluso en aquellos casos excepcionales de falta de entendimiento, solamente el hecho de que unos padres y un profesor hayan dedicado tiempo a pensar en un alumno y compartir esta información, supone una gran oportunidad para su mejora.
Desde el punto de vista de un profesor se podría pensar que los padres, con quienes no tenemos trato diario, son personas desconocidas, que se necesita mucho tiempo para hacer amistad y tener confianza. La realidad es bien diferente, nosotros no somos desconocidos para las familias. La experiencia de trabajar con los alumnos más jóvenes me hace ser consciente de que cada noche ceno con ellos y con sus padres, que soy uno más en la mesa cuando ellos explican punto por punto todo lo que les he dicho y he hecho durante el día. Los padres saben mucho más de mí de lo que yo pueda pensar, y yo, si he trabajado correctamente las entrevistas con los alumnos, también les conozco bastante bien.
Suele pasar con frecuencia que los alumnos, a medida que crecen, explican menos cosas del colegio en casa, pero el hecho de que padres y profesores se enfrenten juntos a las complejidades de la adolescencia, también les une fácilmente. Por tanto, diría que a cualquier edad es posible establecer una fuerte conexión entre el colegio, las familias y los profesores, que genere el clima de seguridad y confianza necesario para la educación.
Está claro que una educación basada en la colaboración con las familias supone un reto para los que nos dedicamos a ello. Pero no sé si encontraríamos otro trabajo en el que se pudiera medir la eficacia no solamente por el grado de satisfacción de los clientes, sino también por la cantidad de amistades que haces para toda la vida.