Que levante la mano quién alguna vez le hubiese encantado tener una varita mágica para que nuestro hijo nos obedeciera a la primera. Me lo imaginaba, y es que no es nada fácil algo que parece tan sencillo como "obedecer a la primera". Tú pides a tu hijo que haga algo y.... ¿se lo tienes que repetir? Agota, ¿verdad? Y en alguna ocasión, o nos adelantamos nosotros a hacerlo, o acabamos de mal humor, o comenzamos una discusión con otro hijo, que, con muy mala suerte, pasaba por allí en ese momento. Y quien dice hijo, dice madre, marido, vecino o periquito.
A los dos años estamos en la etapa del NO y de las temidas rabietas infantiles
Esto puede pasar a cualquier edad, pero a partir de los dos años se puede convertir en una constante. Además -como nos pilla agotados y no hemos estado en todo el día con esta criatura- hace que nos derritamos. Porque otra cosa no, pero es cierto que a esta edad están para comérselos con patatas, pero de graciosos. Pues, ¡ya está!, ya la hemos liado sin saberlo. A todas luces, o hacemos una reflexión, o esa personita encantadora que tenemos delante se convertirá, si no lo trabajamos, en alguien con quien la convivencia se hará muy difícil. Y, perdonadme que me ponga tan dramática. Pero ¿qué queremos para nuestros hijos? Que se conviertan en niños que hagan la convivencia fácil a quién este a su alrededor, que se preocupen de los demás, ¿o que se miren el ombligo y exploten como una granada de mano?
Marcar unos límites les da seguridad
Vale, ya nos hemos hecho una idea. ¿Qué podemos hacer para evitar todo esto? Recetas mágicas no hay. Pero a esta edad es muy importante que los niños sepan que hay unos límites que no se pueden pasar. ¡Que lo sepan! No que los adivinen. Y para eso lo primero que tendríamos que hacer es ponernos de acuerdo los adultos. Todos aquellos que estén en contacto con la educación de nuestros hijos, por lo menos de manera habitual. Ponernos de acuerdo para no contradecirnos, para no permitir que haya ninguna grieta donde se pueda colar nuestro encantador chiquitín. Y para eso, una de las mejores herramientas es hacer un Curso de Orientación Familiar, bien hecho. No es una cuña publicitaria, es que estoy convencida que es una oportunidad maravillosa para adelantar situaciones que pueden ocurrir y acordar cómo vamos a tratarlas.
Si nosotros tenemos claro el ABC de la casa, lo que vamos a permitir -y no- a nuestros hijos, es mucho más fácil hacer tándem con nuestra pareja y que no se nos cuele ni un gol por la escuadra, o al menos, los menos posibles. Si mamá dice “A”, papá no puede decir “B” y viceversa. También hay que aclarar cuánta manga le vamos a dar a los familiares o cuánta no. Y si dejamos canguros, les contamos un resumen de este ABC para unas horas.
Decir las cosas una sola vez
En una ocasión, oí a Juanjo Javaloyes, EPD, decir, que los hijos tienen un contador interno de cuántas veces les tenemos que pedir las cosas para que obedezcan. Podemos hacer la prueba. Llama a tus hijos a cenar: “A cenar”. Ojalá vayan corriendo a la primera y no sea porque estén hambrientos. ¿Cuántas veces les dejamos que no nos obedezcan?
Volviendo a los niños de 2 a 3 años, los límites les dan seguridad y les hacen más felices. Es bueno intentar asegurarse ciertas condiciones de éxito para que nos obedezcan, aunque algunas nos parezcan muy obvias:
Potenciar la tolerancia a la frustración
Si nuestro hijo está acostumbrado a tener limites claros y ha ejercitado su control para obedecer, ayudado de vuestra paciencia y cariño. Seguramente es más difícil que no se le escape un mordisco. Ha ejercitado su tolerancia a la frustración, a no hacer lo que le viene en gana. Aunque no es este el único motivo para para un mordisco, ni mucho menos.
Los mordiscos a esta edad son habituales por la impotencia que genera el no saberse expresar y por la inmadurez emocional
Pueden deberse normalmente a que todavía no tienen el lenguaje lo suficientemente desarrollado para explicarle a su compañero lo que está sintiendo en ese momento y explota el volcán que lleva dentro. Por muy mayores que seamos sabemos que los adultos también tenemos volcanes y, gracias a Dios, no mordemos. Pero es que estos pequeñines están empezando a sociabilizarse y están aprendiendo a relacionarse con los demás. También os diré que es asombrosa la capacidad que tienen para seguir jugando como si no hubiera pasado nada después de hacer las paces. Por este motivo nosotros también tenemos mucho que aprender de ellos. Ellos siguen como si nada y a veces los papás estamos preguntándonos quién ha hecho qué a nuestro niño, este instinto protector está muy bien, pero tenemos que llevar cuidado con lo que les transmitimos a nuestros hijos si queremos que sean felices. Esa tolerancia a la frustración de la que antes hemos hablado es muy importante para la vida y depende de nosotros en el modo qué eduquemos a nuestros hijos, pero este es otro gran tema que daría para mucho y por hoy creo que ya me he excedido.
Rocío Conesa
Tutora de P2
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