Educar sin gritar

30 de octubre de 2017

Sheila McCraith es madre de cuatro hijos. Un buen día, se avergonzó de gritar a sus hijos cuando descubrió que estaba observándola un obrero que hacía reformas en su casa. Los días anteriores había podido reprimir las ganas de gritar a sus hijos mientras los obreros estaban en casa, pero en ese momento pensó que ya no estaban. Verse “descubierta” por el obrero le hizo sentir muy mal y se dio cuenta que si le avergonzaba era porque no estaba haciéndolo bien.

Esta experiencia le enseñó dos cosas: la primera, que era capaz de controlarse por el miedo al qué dirán personas extrañas. Y la segunda, que debían importarle más lo que pensaran y sintieran sus hijos que lo que pensaran terceras personas.

Y así se propuso estar un año entero sin gritar a sus hijos. Se lo planteó tan en serio que, si en algún momento gritaba a sus hijos, debía poner el contador a cero hasta llegar a estar un año sin gritar.

Nos lo cuenta en su web http://theorangerhino.com/ con el lema "Yell less, love more" (gritar menos, amar más)

¿Qué tiene que ver un rinoceronte naranja (orange rhino) con dejar de gritar a nuestros hijos? Sheila cuenta que los rinocerontes son tenaces y fuertes y que son pacíficos salvo cuando se les provoca. Y el color naranja, en su opinión, inspira energía y determinación. Y determinación es, parece, lo que más hace falta para dejar de lado esta fea costumbre.

Si nos sentimos mal cuando alguien nos descubre gritando a nuestros hijos es, seguramente, porque pensamos que lo que estamos haciendo no está bien y no es bueno para ellos, ¿no? Pero simplemente, nos sale, porque estamos cansados, sin paciencia, nos sacan de quicio, no nos hacen caso y claro, gritamos. A todos nos ha pasado.

Pero en el fondo sabemos que así solo les estamos dando un mal ejemplo. No nos gusta tampoco que nuestros hijos griten, verdad?

Este es el primer paso que plantea Sheila: darse cuenta de que necesitamos cambiar y desterrar el grito de nuestra forma de educar, porque puede herir, porque nos avergüenza y porque, además, no educa.

Pero Sheila anima a no quedarse ahí: hace falta un plan. Debemos fijarnos un objetivo claro (por ejemplo, dejar de gritar un mes seguido, una semana, incluso una hora para empezar. Lo importante es empezar!), observar cuándo y por qué se desencadena el grito (por ejemplo, cuando queremos llegar pronto al cole, o cuando no conseguimos acostarlos, o cuando queremos que coman lo que hay en el plato) y pensar posibles soluciones o alternativas para evitar acabar de la misma forma siempre.

También podemos pensar posibles planes B para no gritar cuando la situación nos empuja a hacerlo. Por ejemplo, gritar fuera de la vista de tus hijos, cantar, correr, tomar fotos, o reír aunque no tengas ganas, dar golpecitos a una mesa si eso te ayuda a controlarte, contar hasta 100, escribir por qué quieres gritar… y antes de lo que piensas la situación habrá cambiado y se te habrán pasado las ganas. Pruébalo y verás!

Claro que no será fácil, pero se puede. Ante todo, no hay que desanimarse. Esta es una meta a largo plazo, en la que tendremos que luchar cada día en un pequeño punto. Pero el premio es de lo mejor que podemos regalar a nuestros hijos así que vale la pena intentarlo, verdad? 😉

¡Vamos allá!

Podéis encontrar muchos tips en su web y compartir vuestra lucha en la comunidad de Facebook 

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